Una típica mañana otoñal nos saludó el sábado. Espesas nubes grises cubrían las rutilantes estrellas que, de otro modo, nos hubieran hecho un guiño. Nuestro acostumbrado punto de encuentro nos esperaba con su aroma a café. A medida que llegaban los senderistas, la mayoría caras conocidas y, como siempre, algún rostro nuevo que nos induce a pensar que esta actividad gana adeptos cada día, el aire se fue llenando de holas, sonrisas, besos y abrazos. Javi con su acostumbrada y prolija lista nos fue ubicando en los vehículos y finalmente partimos hacia nuestra entrañable montaña, riqueza incomparable que altiva enmarca nuestro territorio mendocino. A medida que ascendíamos por el camino a Vallecitos, seguramente como respuesta a muchos deseos no expresados, las nubes fueron esfumándose, el astro rey comenzó a reinar y el cielo se tornó de un azul celeste incomparable. Llegamos al centro de esquí y descendimos de los transportes. Cada uno se preparó para comenzar a transitar el sendero propuesto, armándose la característica fila india, indicio del principio de la travesía. Las manecillas del reloj indicaban las 10:30. Empezamos a ascender por la quebrada de Andresito, cuya veguita se anunciaba por sonido del agua cristalina que la recorre, solidificada en partes por el intenso frío de la jornada anterior formando esculturas de brillantes e indómitas formas, en las que se reflejaban los rayos del sol. Un halo de energía muy especial se sentía en la atmósfera que nos rodeaba: alegría, risas, consejos e intercambio de ideas nos acompañaron hasta visualizar el portezuelo que forman los cerros Arenales y Lomas Blancas. La mañana estaba radiante, la temperatura agradable y nuestros cuerpos ya demandaban energía para poder continuar, así que allí almorzamos y se suscitó el típico intercambio de bocadillos. Los colores retornaron a nuestras mejillas, el murmullo de las conversaciones invadió el silencio que puebla nuestros cerros y alegremente reiniciamos la marcha. La visión que la naturaleza nos ofrecía era, por cierto, magnífica. Fuera cual fuera la dirección que visualizáramos algo nos sorprendía, siendo mayor al mirar atrás y ver que una nube se dirigía raudamente hacia nosotros, en segundos nos envolvió, el aire se humedeció y el paisaje se desdibujó. Y partió tan rápido como llegó. Para ese entonces ya habíamos alcanzado el portezuelo. Desde él observamos aquello que las traviesas nubes nos permitieron, ya que se deslizaban de aquí para allá como jugando a las escondidas. Así en un instante en el que se abrieron pudimos divisar con claridad el formidable cerro Pelado. Nuestro ascenso continuó acariciados por la brisa que comenzó a correr y que, a medida que ganábamos altura, se hacía más fresca e intensa. En pequeños grupos fuimos acercándonos a la cumbre hasta que cerca de las 13:30 estábamos todos felices festejando en nuestro destino, el punto más alto del Arenales, 3300 msnm. A continuación la correspondiente sesión de fotografía para plasmar en pixeles esos instantes junto a la cruz que lucía una placa en honor a uno de los montañistas que seguramente había estado antes que nosotros en el mismo lugar. Y por supuesto, no faltó la elaboración del comprobante de cumbre que dejaba constancia que 31 mineros habíamos estado allí. La magnificencia de la vista era casi indescriptible, las nubes formaban un espeso colchón blanco y refulgente que invitaba a brincar en ellas -tal como lo habremos hecho alguna vez en la cama de nuestros papás-, cubriendo los cerros de la precordillera. Luego de poner a resguardo el comprobante, emprendimos el descenso hasta el collado del Andresito. Allí volvimos a recargar fuerzas que ya estaban debilitadas y mientras algunos descansaban y se relajaban otros hicieron cumbre en este último cerro (3140 msnm). Obviamente, dejamos constancia de nuestro paso. Después del agradable momento de distención reiniciamos la bajada y junto con nosotros las nubes se adueñaron del sendero difuminando nuestra visión y enfriando el aire, a tal punto que los cabellos y las barbas comenzaron a mostrar hilos de hielo. En ese momento miramos el termómetro: 5 ºC bajo 0. Seguimos descendiendo hasta la veguita y luego por la quebrada hasta nuestro punto de partida. La neblina era tan espesa que no podíamos alejarnos unos de otros ya que las siluetas se esfumaban y perdían. Pensando en un ambiente caliente y alguna bebida reconfortante llegamos al refugio Mausy donde los encantadores Guillermo, Vanessa, Violeta y Brisa cumplieron con nuestros anhelos. Fortalecidos, con nuestras mentes embelesadas por el paradisíaco ambiente de la montaña mendocina y con el corazón alegre por el día compartido, regresamos a Mendoza mediando la tarde. Texto: Liliana Depertuis, Senderista del Club Andinista de Mendoza