Aventura para los días no laborables es el paliativo perfecto para llegar a las vacaciones. Los mendocinos con 30 % de descuento. Potrerillos luce el mejor sol mendocino, ese del que habla la canción, ese que deja ver las hojas multicolores a lo lejos y que bien calienta las jornadas. En esos días en los que reina Febo nada mejor que salir a recorrer la despampanante geografía y animarse a sentirla a través del turismo activo. En la Ruta 7 no faltan las propuestas: entre ellas Argentina Rafting, junto al dique Potrerillos, brinda la posibilidad de practicar rafting, canopy, cabalgatas, kayakismo, rappel y riverboard, entre otras, a precios muy convenientes ya que es una de las empresas que se adhirió al programa Mendoza para los mendocinos. Al llegar la imagen es elocuente: algunos gringos y otros turistas nacionales se disponen a realizar su bautismo en el río. Siguen al guía quien los provee de trajes de neoprene, zapatos del mismo material, chaqueta impermeable, chaleco y luego casco. En el grupo están unos médicos que vinieron a un congreso; una decena de jóvenes con caras de feliz cumpleaños; una mendocina que trajo a amigos de lejanas latitudes; una pareja de mieleros y una familia porteña que viene a experimentar la aventura, todos ansiosos por practicar rafting en uno de los sitios ideales en el país: el río Mendoza. Una vez ataviados con trajes a su medida siguen al guía que los conduce al colectivo que lleva de la base de Argentina Rafting hacia Pueblo del Río, el complejo desde donde es la largada. En el trayecto están las presentaciones de rigor, aunque los viajeros sólo piensan en las indicaciones, en no caer demasiado rápido, por ejemplo. Son 15 minutos los que los separan del agua; allá vamos. Al descender del micro se dividen entre los que hablan español y los que hablan inglés. Allí reciben las indicaciones técnicas de seguridad y más tarde vuelven a dividirse en grupos para ocupar 4 gomones. Una vez indicada la embarcación llega el repaso a cargo del guía correspondiente. Todos toman sus lugares en tierra firme, bastante lejos del río, para practicar: remo adelante, atrás, descanso, izquierda, derecha, al centro. Al ver que hay algunos que no distinguen la derecha de la izquierda intuimos que serán los que caerán al agua. Más tarde los hechos lo confirmarían. A modo de los enanitos de Blancanieves, sale cada grupo cargando su bote hacia el río y no faltó el que entonó la cancioncita. Ya en las márgenes se ubican, en los sitios previamente asignados, y ya comienzan a gritar, por las dudas. Sus rostros destilan alegría, la adrenalina no se contiene, están a punto de lanzarse en una dificultad grado 3 -aunque leve en esta época- y nada empaña su emoción. Una vez en el agua se puede distinguir bien a los que juegan y a los que van más temerosos, pero todos disfrutan el paseo. Los guías manejan cancheros los grupos a sabiendas de que algunos quieren experimentar las heladas aguas del río y así caen. Las peripecias de los rescates son divertidísimas – una embarcación tuvo varias bajas lo que da a pensar que fueron casi todas intencionales-. Los avatares para regresar al gomón y los enunciados de sus compañeros son irreproducibles, aunque demuestran el talante lúdico de la actividad. Al mismo tiempo, Bebote, que en realidad se llama Osvaldo, regresa en el colectivo con Jimena la fotógrafa y su perro Juno. Ellos van siguiendo desde la ruta la travesía del agua y en tres paradas programadas se encargan de registrar las imágenes que luego se les ofrece a los aventureros en CD. En esta oportunidad también va a bordo del colectivo Marcos, un niño de 6 años que quiere practicar rafting junto a su padre. Por razones de seguridad, Marcos recién abordará luego de dos rápidos y así podrá disfrutar de la montaña y agua mendocinas, experiencia que guardará en su memoria por largo tiempo. Una vez en la base, esperamos la tripulación, intacta, aunque fueron muchos los que decidieron hacer los últimos metros a nado, casi como una obligación. ¿Quién puede irse sin probar el río Lo que sigue es el anecdotario, esos relatos que se reiteran y que marcan que la aventura valió la pena. Imperdible, fue el denominador común de todas las experiencias.