Llegar a su centro o atravesarlo para salir de él; vinculado a la idea de extravío, de hilo conductor o de búsqueda de un camino; como emblema religioso o talismán relacionado con prácticas esotéricas, los laberintos ocupan un lugar preferencial en la simbología de diversas culturas. La artista Yamila Marañón estaba en París -ciudad en la que vivió durante siete años- cuando se le vino a la cabeza la idea de tener uno propio, en el cual emplazar sus esculturas. Mercurio dibuja un recorrido durante todo el año y el laberinto clásico de siete sentidos imita ese recorrido. Está basado en la cruz y en los cuatro puntos cardinales. En él están representados los siete colores y tiene su propia musicalidad, porque cada sendero es una nota. Cuando entrás tenés opciones, de acuerdo a la que elijas, o bien llegás al centro o volvés al punto de partida, cuenta serena Yamila quien junto a su padre -el reconocido escultor Fausto Marañón- da forma a la ambiciosa empresa de construir un parque de esculturas, en San Alberto (Uspallata). En su espacio central, el laberinto albergará cuatro esculturas en cerámica y granito. La artista adelanta que los motivos de éstas encuentran objeto de inspiración en el majestuoso paisaje cordillerano y relata que -como su padre- considera que la presencia de la montaña exige grandes dimensiones a la obra, que es la mediadora entre el hombre y la naturaleza. Los laberintos llevan implícita la idea de buscar el propio centro, un peregrinaje, un camino de iniciación. Será por eso que la escultora comenzó por allí: ya ubiqué el centro y ahora estoy trabajando en la serie de esculturas que situaré en el interior. Hasta el momento la financiación corre por su cuenta (por lo que la obra muchas veces avanza o se detiene según la disponibilidad de recursos) aunque se encuentra gestionando fondos a través de la Fundación Marañón, una sociedad sin fines de lucro que tiene por objeto difundir el arte y la cultura, así como generar intercambios con artistas de distintas latitudes. Estoy en la primera etapa, que implica el posicionamiento y la demarcación y por ahora lo hago sola; en este trabajo dos son multitud. Dice que este último tiempo ha leído e investigado sobre el tema, comprobando que en muchos casos la construcción de un laberinto suele ser un camino sinuoso, en el sentido de que su finalización suele estar rodeada de no pocos avatares. Cuando se le pregunta por los tiempos, responde que intentó fijarse algunos, pero que materializar ese proyecto en un espacio es un proceso creativo que tiene sus propios plazos. Plazos que seguramente poco tienen que ver con los tiempos, entendidos en términos de la productividad, al menos entendida desde el punto de vista capitalista. Fuente: Diario Los Andes