El término «terroir», que usualmente se lo traduce al español como «terruño» o «pago», no sólo comprende las características del suelo donde se cultiva, sino también otros aspectos tales como el relieve o inclinación del mismo, el clima, tanto general de la región como particular de cada parcela de viñedo, y también la forma de cultivo y labores culturales que se realizan.
Partiendo de estos conceptos, casi no sería necesario tener que explicar que la mayor o menor riqueza de nutrientes que tenga un suelo, las características del drenaje, la calidad y cantidad del agua que se utilice para el riego, van a influir significativamente en las cualidades de la uva obtenida.
Lo mismo sucede con la topografía o relieve, que condiciona el riego y la distribución de minerales en el suelo y, en ciertos países de climas fríos, una inclinación que favorezca la insolación o proteja de vientos desfavorables, es fundamental para una buena maduración.
El clima, tanto regional como local, condiciona la calidad de la madurez de la fruta y también la sanidad de la misma, a través de la insolación, días de nubosidad, amplitud térmica, humedad relativa ambiente, temperaturas medias promedio, días libres de heladas, probabilidad de heladas tardías o tempranas. Este aspecto por ejemplo nos puede condicionar que variedades podemos cultivar en el lugar dado, de acuerdo a si su ciclo vegetativo es más o menos largo.
Por último, las labores culturales también son determinantes de las características de la uva, y del vino que obtengamos de la misma, porque no es indistinto cultivar en parral o en espaldera, realizar una poda más larga o más corta, el hacer o no raleo de racimos o deshojes durante el periodo vegetativo.
El terroir es un concepto amplio que abarca aspectos fundamentales que hacen a las características de la materia prima y por lo tanto del vino que se obtenga a partir de ella. Si el efecto terroir fuera intrascendente, no tendrían entonces por qué existir diferencias entre una uva Malbec cultivada, por ejemplo, en Luján y otra de Lavalle. Sin embargo, los vinos obtenidos de esas uvas van a tener características distintivas, de acidez, de índice de color, de astringencia y de aromas. Esa «personalidad» o particularidad distintiva en los aspectos visuales, aromáticos y gustativos que presentará cada vino, en parte provendrá de las prácticas enológicas que se hagan dentro de cada bodega, pero en una gran proporción será consecuencia de las particularidades de la materia prima, que a su vez son determinadas por el «terroir» donde nació, creció y maduró.
Este concepto es importante para todos los vinos, no sólo los de alta gama. Hasta las variedades destinadas generalmente para mosto concentrado o vinos básicos tienen un «terruño» en el cual conseguiremos un mejor rendimiento. Sólo es cuestión de buscarlo. En el caso de los vinos de alta gama, donde la tecnología actual de vinificación nos posibilita obtener expresiones varietales impensables hace un par de décadas, es fundamental lograr asimismo resaltar los aspectos particulares del terruño, que le darán una personalidad distintiva y única al vino que queremos obtener.
Fuente: Lic. Luis Fontana.
Enólogo y Geólogo del Instituto Nacional de Vitivinicultura