En el siglo XVI, se produjeron las primeras expediciones colonizadoras, con grandes dificultades, ya que permanentemente los nativos se oponían al avance español. Esto hizo necesaria la creación de fuertes, como punto máximo de avanzada y vigilancia ante eventuales malones. Por lo que tomó importancia una posta o lugar de descanso llamado La Isla. Se cree que fue denominado así porque se encontraba rodeado por dos arroyos, el Aguanda y el Yaucha.
En ese lugar las autoridades españolas deciden construir un fuerte bautizándolo con el nombre de San Carlos, en honor al rey español Carlos III.
Cuenta la historia que el General José de San Martín, en este fuerte, realizó un parlamento con los caciques indígenas de la zona, para conseguir el paso libre de algunas columnas del Ejército de los Andes hacia Chile, por el sur, en la Campaña Libertadora.
En 1772, se crea una población alrededor del fuerte, fundándose así la Villa de San Carlos, convirtiéndose en el primer pueblo del Valle de Uco.
*Hazaña de Henri Guillaumet. Este piloto francés, intrépido y responsable en su trabajo, tenía a su cargo el transporte semanal aéreo, entre Mendoza y Santiago de Chile, del correo para la Aeroposta Argentina, filial de la Compagnie Générale Aéropostale francesa, que unía vía aérea Toulouse en Francia, con Santiago de Chile, haciendo escalas en Casablanca, Cap Juby, Dakar, Isla Fernando de Noronha, Natal, Recife, Río de Janeiro, Montevideo, Buenos Aires, Mendoza, y Santiago de Chile.
El 12 de Junio de 1930, tuvo que cancelar el Vuelo Nro. 12 iniciado en Santiago hacia Mendoza, debido a un intenso temporal.
El día siguiente, 13 de Junio, lo intentó nuevamente por la ruta normal que era la misma del Ferrocarril Transandino y el Río Mendoza, pasando por las Cuevas, pero debido a la violencia de los vientos, decidió tomar la ruta más al sur. Ya la había explorado, era más fácil pero más larga, y no ofrecía auxilio en caso de averías.
Volando a unos 6500 metros por encima de las nubes, una fuerte corriente de aire descendente le hizo perder altura y se encontró dentro de la misma nube de tormenta de nieve, por lo que en instantes bajó a 3000 metros, sin visibilidad y con el riesgo de estrellarse contra las altas montañas.
Alcanzó a divisar una gran masa negra y sabía que era la Laguna del Diamante que contaba con orillas suficientemente planas como para aterrizar.
La sobrevoló hasta quedarse casi sin combustible, y efectuó el descenso, que terminó en capotaje debido a la nieve blanda que dificultó el aterrizaje.
Para los hombres comunes, ese era el fin, ya que nadie sale de la trampa de esa inmensidad blanca en invierno, pero Guillaumet tenía un temple extraordinario y protegió las bolsas del correo y haciendo un hueco en la nieve para acceder al avión dado vuelta, se abrigó con el paracaídas y esperó dos días a que pasara la tormenta.
El domingo 15 de Junio por la mañana, al haber cesado la tormenta, escuchó un avión que sobrevolaba, pero fue inútil encender las bengalas, ya que desde el aire era imposible distinguir un pequeño objeto que se confundía con la nieve.
Sólo tuvo la alternativa de tratar de llegar a la planicie argentina, por lo que calculando que tendría claro de luna y cuatro días de buen tiempo, a pesar del frío y del intenso viento invernal que soplaba de Oeste a Este. comenzó a caminar con una pequeña brújula de montaña, hasta encontrar el arroyo Yaucha. Siguiendo su cauce, de repente vió a una mujer y a un niño a caballo, a quienes gritó pidiendo ayuda. La extraña apariencia de Henri los asustó y pensaron que era un loco, por lo que contaron la presencia de ese hombre vestido como nunca habían visto antes. Él les gritó “aviaturi, laguna Diamante” y comprendieron que se trataba del aviador accidentado. El niño – Juan Gualberto García – lo ayudó a cruzar el arroyo, y lo llevaron hasta el rancho. La madre – Manuela Romero de García – le sirvió una copita de caña y leche de cabra.
A la mañana siguiente, el viernes 20, trasladaron a Henri a lomo de mula hasta el Puesto de Salvador Lufi, hoy puesto de Fuentes. Lo esperaba un automóvil que lo llevó a Eugenio Bustos, donde en un puesto de telégrafo avisó a su mujer en Buenos Aires que había sido rescatado. Siguiendo el camino, apareció un avión. Era su amigo Antoine de Saint-Exupéry que iba a su encuentro. La emoción fue grande y una multitud lo aclamaba en el aeropuerto de Mendoza.